El Monte Saint Michel es uno de esos lugares a los que ir al menos una vez en la vida. Situado en Normandía este peñasco edificado ya desde hace unos mil años, sorprende al visitante por sus estrechísimas calles, sus murallas, su abadía, pero sobretodo sorprende por un fenómeno que ocurre al menos dos veces al día, la subida de la marea.
Esta subida hace que el peñasco se convierta en una pequeña isla-fortaleza flotante, unida a tierra por una única carretera.
Su estética es casi mágica, fácilmente uno se lanza a imaginar princesas encerradas, príncipes que combaten por su rescate y dragones que recorren sus calles... Aunque en realidad la leyenda de este lugar ya está inventada. En una ocasión el diablo tomó forma de dragón marino aterrorizando a la población del lugar. El arcángel San Miguel, líder de los ejércitos celestiales fue enviado con sus tropas para acabar con semejante amenaza. San Miguel y sus tropas consiguieron vencer al diablo una vez éste cortó su cabeza con su espada divina...
Y una vez contada la leyenda pasemos a temas algo más terrenales: sus jardines y áreas verdes.
Como es de entender, la falta de espacio es la nota dominante en el Mont Saint Michel, por lo que sus parques y jardines han tenido que ir adaptándose a las caprichosas formas que las edificaciones les han ido dejando.
Nada más entrar se accede a su calle principal y más turística, pero tan rápido como se accede a ella, los visitantes mas curiosos no dudarán en alejarse por la que yo diría es la calle más estrecha nunca vista. Dando gracias por haber escapado de los negocios de recuerdos y restaurantes turísticos uno se encuentra en un pequeño y florido remanso de paz, el diminuto cementerio.
Una manera rápida y sencilla para adivinar donde podría esconderse algún jardín era mirar hacia arriba...
... o mirar hacia abajo...
aunque no es de extrañar que alguna que otra planta se haya buscado la manera de dar verde a tanto muro.
El claustro de la abadía que se encuentra en la cima del monte es desde luego el jardín que más destaca. Su particularidad es que no servía como área de paso entre las diferentes zonas de la abadía, ni siquiera está situado en el centro del monasterio. Su función era puramente espiritual.
De inspiración típicamente medieval, el jardín del claustro fue recreado en 1966 por el monje benedictino Bruno de Senneville, interesado en botánica. Éste recoge algunas de las características del jardín medieval de monasterios y conventos, como las formas cuadradas o rectangulares y sobretodo la presencia de plantas medicinales y aromáticas.
En la zona central una serie de bojs forman un recuadro rodeado por 13 rosas de Damasco. Plantas medicinales como las caléndulas o las verbenas, hierbas aromáticas como la hierbabuena y flores satisfacían las necesidades cotidianas de los monjes en la Edad Media.
Como anécdota, resulta que la UNESCO en 2012 en un informe de evaluación del conjunto histórico dijo que quería que el jardín representase de manera lo más fidedigna posible a un jardín medieval. Para ello las plantas admitidas serían aquellas "silvestres" conocidas en Europa entre los siglos V y XV (absenta, melisa, tomillo, menta, salvia, romero, hierbabuena, orégano, etc.)
Bajando y bajando llegamos a las murallas y los jardines que las rodean.
Poco es el espacio que queda para jardines privados pero si uno se esfuerza y agudiza los sentidos nos encontramos jardincillos secretos como este.
Y como siempre hago, os presento algunos de los animalillos que poblaban el peñasco, gavoitas, lagartos, gorriones y la tan famosa y viajera mariposa esfinge colibrí .
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