El autillo europeo (Otus scops)


   Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando los dioses del Olimpo vagaban, hacían y deshacían a su antojo interfiriendo en la vida de los hombres, había una  familia de campesinos venida a menos. Vivían allí dos hermanos en una antigua y desvencijada casa cercana a un bosque al que nunca nadie osó poner nombre, por el hecho de que nadie se atrevía ni a mencionarlo, ya que corrían los rumores de que allí acontecían hechos extraños y misteriosos. No obstante y gracias a ello, los dos hermanos eran felices; no creían en aquellas supersticiones mundanas, y por otra parte tenían a su cargo el cuidado de varios caballos que los aldeanos les dejaban para que se alimentasen de aquellos ricos pastos.

   Una trágica tarde el mar trajo una terrible tempestad. Tan repentina y formidable, que a todos sorprendió desprevenidos. El hermano mayor rápidamente guardó los aperos de labranza y encerró los caballos en el establo, pero montó en cólera al darse cuenta de que faltaba el caballo que su hermano pequeño había estado montando aquella misma tarde en su paseo diario por el bosque.

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   Muy enfadado, le advirtió a aquel que las irresponsabilidades traen consecuencias, y le instó a que fuese inmediatamente al bosque corriendo en busca del caballo perdido. Y fue en el corazón del bosque, bajo una tormenta de la que se hablaría durante cientos de años después, donde un rayo golpeó al chico y terminó con su vida.


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   Aquella noche la furia del viento se desató como nunca antes el hermano mayor había visto. Soplaba sin cesar por cada uno de los rincones de la casa, las tejas volaban sumidas en terribles torbellinos por el aire, y los árboles se combaban furiosamente a un lado y a otro como si fuesen finas hierbas. Muchos de ellos no resistieron y fueron arrancados de cuajo por aquella violencia sin igual, para ser arrastrados cientos de metros más allá. Tras la ventana y con el paso de las horas, el arrepentimiento asomó en los ojos del hermano mayor, que salió corriendo al bosque a buscar a Ghioni, pues era éste el nombre de su único hermano.

   Pasó el resto de la noche buscando en vano, y sus lágrimas brotaron sin consuelo posible al descubrir con el amanecer cómo el caballo perdido había vuelto por sí solo al establo con los primeros rayos del sol. Durante días se pudo oír gritar su voz rota vagando sin rumbo por bosque; "¡Ghioni, Ghioni!", pero fue en vano. Cuentan que el silencio más absoluto se cernía a su paso, debido a la fuerte pena que irradiaba en su caminar.



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   Fue Artemisa, la diosa griega de los bosques y la caza, quien se percató de la trágica historia y se apiadó de aquel pobre muchacho. Cuando se acercó a éste, el mortal cayó a sus pies suplicando entre lágrimas que pusiera fin a tal tormento. Artemisa, compadeciéndose de su mala fortuna, accedió a transformarlo en un autillo. Su loable gesto sin embargo no pudo poner fin a la desgracia, tan profundo era su dolor, ya que aún hoy en día puede oírse al solitario autillo buscando a su hermano, cantando lastimeramente "¡Ghioni, Ghioni!" por todo aquel bosque en el que habita. 

Visión clásica y actual de la diosa Artemisa (Vías 1 y 2)





   Sin duda la leyenda se inspira en el canto lastimero del autillo, nocturno, corto, agudo y aflautado, repetitivo cada aproximadamente tres segundos. Puedes pulsar aquí para oirlo. Como ves, es fácilmente imitable, pudiendo suscitar mediante este reclamo la curiosidad del animal.

   Para encontrarlo tendremos que buscarlo en bordes de arboledas y claros, así como en paisajes abiertos o parques, junto a ruinas de edificios, anidando en huecos de árboles viejos o agujeros que les sean propicios en los restos de casas abandonadas. He aquí un punto esencial en supervivencia de muchas de nuestras rapaces nocturnas; la retirada selectiva de árboles viejos o añosos, puede perjudicar gravemente las posibilidades de que especies como el autillo se establezcan en nuestros campos o jardines. En realidad no rehuye la presencia del hombre, y aprovecha cajas nido hechas para tal fin, así como viejos nidos de urraca o pájaro carpintero.


Una caja nido como hogar para una familia de autillos (vía)
   El autillo es un ave nocturna de tamaño muy pequeño, de apenas 100 gr de peso y poco más de un palmo de altura (unos 20 cm de longitud), aunque en realidad su envergadura alar pueda llegar hasta los 50 cm. En todo caso es siempre más pequeño y espigado que un mochuelo. Un rasgo distintivo lo forman sus "orejas", que en realidad no son orejas sino que están formadas por un penacho de plumas en la parte superior de su cabeza, aunque es bueno saber que éstas no siempre son visibles ya que las yergue a voluntad y suelen mostrarse cuando está en posición de alerta.

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   Tiene un plumaje variable según el individuo, que alterna grises y blancos con colores más parduzcos y rojizos. En todo caso el pecho siempre será listado en negro sobre fondo gris con pintas blancas, formando en su conjunto un complejo diseño de motas y franjas de diferentes tonalidades. En general su plumaje le mimetizará perfectamente en la corteza de los troncos y ramas por los que suele posarse, y dada su discreción podría pasar totalmente inadvertido entre la vegetación arbórea si no fuese por sus profundos y grandes ojos amarillos que le confieren un gran poder de visión en la oscuridad. Es por ello que es mucho más fácil saber de su presencia por su canto en las horas del ocaso, que por su propio avistamiento.



Comparación visual del autillo con el mochuelo, en un trabajo genial de Jorge Falagán (Vía)

   Aprovecha la noche o las horas crepusculares para acechar y cazar a sus presas, presentando diversas adaptaciones morfológicas para ello. En primer lugar, sus alas son más redondeadas y su plumaje es suave, con bordes irregulares aserrados que reducen la fricción entre plumas, lo que les asegura un vuelo corto y absolutamente silencioso aún a costa de renunciar a vuelos más rápidos como los de las rapaces diurnas.

Detalles de una típica pluma de rapaz nocturna, con bordes serrados, irregulares, y tacto esponjoso.
Todo ello adaptaciones para evitar el roce entre ellas y con ello el posible ruido generado (vías 1 y 2)

Gracias a su plumaje el autillo consigue pasar desapercibido junto a los troncos que frecuenta (vía)

   Ya hemos hablado del sorprendente mimetismo que alcanza con su librea de colores grises y pardos, que lo hacen prácticamente invisible si no fuese por sus llamativos ojos amarillos, con grandes pupilas circulares y capaces de captar el menor rayo de luz nocturna con un gran campo de visión. Morfológicamente, al tener unos ojos muy grandes, estos tienden a aplanarse y pierden cierta profundidad relativa en el cráneo, lo que les impide que puedan hacerlos girar dentro de sus cuencas oculares manteniendo siempre la mirada fija. No obstante, pueden girar su flexible cuello hasta más de 180 grados, moviendo completamente la cabeza lo que supone no solo una ventaja a nivel ocular, sino también auditiva a la hora del acecho. Al contrario que la mayoría de las aves, tienen visión esteoroscópica, lo que les permite calcular las distancias en tres dimensiones y con una mayor precisión en distancias medias y cortas para capturar presas de una forma efectiva. Son unos auténticos especialistas, y aún para un cálculo más exacto de la profundidad, realizan movimientos de arriba abajo o hacia ambos lados con la cabeza, percibiendo la presa desde distintos ángulos asegurando su posición por paralelaje.

Visión estereoscópica de los búhos y lechuzas (vía)
   Pueden además percibir los colores, lo cual es algo muy favorable para especies que también cazan a la caída del sol, o que símplemente se ven forzadas a ello para dar de comer a toda su prole. Pueden también contraer o dilatar sus pupilas de una forma increíble, llegando algunos estríngidos al extremo de poder hacer desaparecer el iris.
El plumaje puede variar en una amplia gama que va desde los grises hasta los más pardos (vías 1 y 2)

   No obstante, y a pesar de todo ello, lo que le resulta definitivo al autillo para la detección de una presa es el sentido del oído, que es extremadamente fino en parte debido a la asimetría de sus canales auditivos, lo que les ayuda a una mejor localización contínua del origen del ruido. Para que nos hagamos una idea, no sólo es capaz de identificar un sonido, sino que puede localizar su origen y movimiento con total exactitud gracias a lo que se ha venido a llamar "escucha direccional".

(vía)
   Su pico, aunque corto, es fuerte y ganchudo, utilizándolo para rematar a las presas, que tragan enteras o en grandes pedazos. Sus patas (también emplumadas, para evitar ruidos en el vuelo) son relativamente fuertes, con garras de cuatro dedos, pudiendo articular el posterior a voluntad tanto hacia adelante como hacia atrás a diferencia de las rapaces diurnas.

Detalle de las plumosas patas y garras con un cuarto dedo reversible (vía)
   Amigo del hortelano desde siempre, su alimentación se basa mayormente en todo tipo de insectos, tales como polillas, saltamontes, grillos y cucarachas, aunque no desaprovechará la ocasión si puede cazar algún pequeño roedor, lagartija, murciélago o pajarillo. Pone de tres a seis huevos blancos entre los meses de abril y mayo, incubándolos la hembra durante 25 días. Al nacer, los pollos serán alimentados por la hembra con los aportes que el macho cazará para su prole, hasta que, pasados otros 25 días, comiencen a volar del nido. No obstante, ambos adultos seguirán alimentándolos durante al menos dos meses más. Otro hecho curioso es que los autillos se emparejan de por vida, volviendo juntos tras la migración, y haciendo gala de frecuentes muestras de cariño el uno al otro.

   Solemos relacionar la migración con grandes bandadas de grullas, cigüeñas o milanos, pero como tantos otros discretos ejemplos este pequeño buho es también un ave migradora estival, que por lo general habitará en la región mediterránea durante la primavera y el verano entre los 1400 metros de altitud y el nivel del mar, aprovechando así para criar. Rara vez inverna en nuestras latitudes (se da el caso en las zonas más mediterráneas y costeras, tales como el levante o la andalucía más meridional, donde incluso llegan a invernar ejemplares del resto de europa), siendo su conducta más habitual viajar en la época invernal hasta el África subsahariana, donde encontrará mayor fuente de alimento. Puntualmente pueden encontrarse ejemplares en los bordes de dispersión, e incluso mucho más allá, como ya vimos no hace mucho en el post "Un autillo en el Polo Norte".

Distribución mundial del autillo. Zonas de invernada en azul, en amarillo las estivales,
y en verde la localización de las poblaciones sedentarias (vía)
   La tendencia poblacional de la subespecie que ocupa tanto la península como Baleares marca una clara decadencia de la especie, y por ello se trata de una especie protegida. No existen censos específicos al uso, pero diversos estudios (Tucker & Heath, 1994; Hagemeijer& Blair, 1997; SEO/BirdLife, 2002) lo marcan como un hecho patente. Como causas principales de esta decadencia se presenta la ya mencionada falta de disponibilidad de huecos en árboles viejos y añosos, la desaparición paulatina de los sotos fluviales, el uso indiscriminado de plaguicidas, presión urbanística descontrolada en zonas costeras, así como los frecuentes atropellos y expolio de nidos. La solución a esta lenta y triste desaparición sería la misma que en tantas otras especies; un mayor control del uso de plaguicidas en zonas agrícolas, fomento de una agricultura más ecológica, y salvaguardar arboledas viejas o en su defecto fomentar la puesta de cajas nido, que parece que están dando buen resultado para esta especie.


Autillo europeo (Otus scops) en su posadero (Vía)


2 comentarios:

  1. ¡Cómo mola!

    Y yo que pensaba que al oír su "canto" oiría algo así como ghioni, ghioni, y lo que se escucha es un martillo-pito de niño :)

    Y qué curioso lo de las alas, su visión y su oído, estos animalillos siempre sorprenden.
    Aunque más sorprendido te quedas cuando ves que una cosa tan enana se hace tantísimos km al emigrar, increíble.

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  2. La verdad es que la gente el la antigua cultura griega tenía bastante imaginación, podían hacer de cualquier cosa algo mágico y con una historia detrás. Esta en concreto creo que era una leyenda cretense, aunque no sabría decirte de seguro.
    Y lo de los km... ¡yo también alucino con estos bichos! Porque de un milano o una cigüeña te lo puedes esperar, planeando gastan pocas energías... ¿pero los autillos? Tan pequeños, de vuelos cortos y suaves... ¿irse más allá del Sahara o al Polo? Son unos animalillos increíbles. Y graciosísimos, por cierto.

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