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Ya llegó el otoño, y con él decimos adiós al verano, a los bañitos en las pozas, a las vacaciones, a los días de luz y sol radiante, al canto de los grillos...
¿Al canto de los grillos? No, a eso no, porque hoy vienen de visita estos queridos habitantes que adornan de una forma sonora nuestros atardeceres, además de para amenizar las horas de vigilia nocturna.Hay sin exagerar aproximadamente 900 especies de grillo, por lo que nos centraremos en el grillo común o campestre (Acheta domesticus), otro habitante más del borde del camino. Se trata este de un insecto negro o parduzco que vive bajo las piedras, hojarasca o cortezas de los parques o en el campo, tanto a pleno sol como más comunmente en las horas nocturnas. En China y Centroamérica, además de formar parte de su dieta, es considerado augurio de buena suerte. Quizá sea por eso o quizá símplemente por su canto, lo cierto es que tampoco es raro encontrarlo como mascota para los niños en los hogares de medio mundo.
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Tanto las hembras como los machos tienen largas antenas en su cabeza, y cercos en su abdomen a forma de dos colitas terminales, aunque la hembra posee un patente ovopositor ventral que la diferenciará sin problemas. Aunque no vuelan, ambos tienen dos pares de alas cubriendo por completo su dorso, y sólo los machos las frotarán la rasqueta de unas contra el dibujo superficial de las otras con un ángulo de 45º para "cantar" en las calurosas noches con una doble finalidad; la de atraer a las hembras y así reproducirse, además de para también repeler a otros posibles competidores de su misma especie que osen acercarse a su territorio.
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Resulta asombroso (a veces asusta) cómo puede explicarse casi todo de una manera matemática. Resulta que el "cric-cric" de los grillos, aunque variable según la especie, oscila en su frecuencia dependiendo de la temperatura del medio en la que éste se encuentre. Así, y como su metabolismo es sensible a los cambios de temperatura al no poder autoregular su temperatura corporal, su modo de vida se "acelera" o "decelera" en función de la temperatura exterior. Y tanto es así que ya en 1889 hubo un físico y químico Sueco (Svante August Arrhenius) que así lo hizo notar.
Svante August Arrhenius, un ejemplo de superación (vía) |
Una historia de superación, la vida de este científico. Ya debido a un accidente de su niñez tuvo problemas para caminar, lo que le llevó a ser objeto de burlas por parte de sus compañeros y conciudadanos. Con un afán de superación innato, llegó a desarrollar la teoría de la existencia de los iones predicha por Faraday, y a pesar de los numerosos ataques por parte de otros científicos detractores de la época (que le llevaron a aprobar raspadamente su tesis en la Universidad de Uppsala al creer que era una teoría errónea), poco después se demostró la realidad de las propiedades conductoras de las disoluciones electrolíticas, lo que le llevó a obtener el premio Nobel de Quimica en 1903 en reconocimiento a dicho trabajo.
Volviendo al mundo habitado de nuestros vecinos los grillos, lo que vino a demostrar Arrhenius fue que, a mayor temperatura, mayor velocidad de reacción; y que igualmente a menor temperatura, menor velocidad. Basándose en este principio, fue el físico e inventor estadounidense Amos Emerson Dolbear quien, en 1897 y tras inventar cosas tan curiosas como un "telégrafo parlante" (orígenes del actual auricular telefónico, once años antes de que Alexander Graham Bell patentara su modelo, y posteriormente siempre en lucha con los Marconi) o un opeidoscopio que podía visualizar la vibración de las ondas, publicó en el artículo "the cricket as a Thermometer" las que posteriormente se conocieron como las "leyes de Dolbear", que en resumidas cuentas vienen a determinar cómo conocer la temperatura exterior en función de la frecuencia del canto de los grillos con la exactitud que tendría cualquier termómetro de mercurio.
Amos Dolbear, un científico
con cara de grillo (vía) |
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Así, para el grillo común, la temperatura final del aire en grados centígrados es igual al número de cantos por minuto dividido entre cinco, restándole nueve grados a la cantidad resultante. Parece una tontería, pero para facilitar las cosas y no perder la cuenta del número de cantos en un minuto, es recomendable contar los cantos que se escuchan en diez segundos, y multiplicarlo por seis antes de aplicar la fórmula.
Para ello además hay que considerar que los grillos sólo cantarán cuando la temperatura sea superior a 15ºC, por lo que si en una fría noche logras oír un grillo, ya sabes que en realidad habrá más de 15 grados en el exterior. También hay que tener en cuenta que la frecuencia de canto disminuye a partir de los 36ºC, para desaparecer por completo a los 40ºC, en los que el pobre grillo ya no tiene ganas ni de cantar (mejor que cante otro).
Otro dato curioso es que, a todos nos ha pasado al oir a un grillo, nos es bastante complicado saber con precisión de dónde viene ese sonido. Y esto es debido a que su longitud de onda es similar a la distancia entre nuestros oídos, lo que nos impide localizarlo con exactitud. Este es un principio que se ha venido estudiando para sonidos tales como el producido por una sirena de la policía, que intentaría alertar de su existencia al ciudadano, pero sin especificar exactamente su localización.
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